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martes, 11 de octubre de 2011

Bullying adolescente

Se podría decir que durante mi niñez fui una persona inocente y feliz. Sin ninguna complicación. Y justo cuando estaba más plena, en una burbuja de felicidad y placer, de un día para otro llegó una tormenta. Todo lo que decía, todo lo que hacía estaba mal. Quienes en ese entonces eran mis amigos, tomaron la figura de amenaza más fuerte que padecí en mi vida. Se burlaban de mí, de mis cosas, de mis gustos, de mi forma de pensar; de mi acento, de mi ropa, de mi peinado, de mi familia, de mí en general. Me hicieron un punto rojo intachable. Dejaron una marca permanente en mi frente la cual indicaba lo que era: la débil. La única persona a la que aunque al tires al suelo, volvería una vez más ofreciéndote su amistad.Durante aquellos años estaba encerrada. No podía decir lo que sentía, no podía expresarme ni ser yo. Era un blanco al cual todos apuntaban.
Comencé entonces a leer más. Comencé entonces a escribir.
Escribir constituyó desde ese entonces, una manera de escapar de mi realidad. De irme a un universo paralelo al mío. Era y sigue siendo, un ritual sagrado que comparto con mi mente, mi vocabulario y mis dedos. Me sentía con una pequeña ración de poder al fin. Me sentía dueña de mis palabras, de mis textos, de mis historias.
Pero esta manifestación divina pasó a ser pública, cuando una compañera hurtó unos manuscritos de mi mochila. Ellas, me creían Dios escribiendo. Me creían una versión moderna de Edgard Allan Poe. Ellas, que tuvieron los más destellantes planes tal vez para mi futuro, olvidaron un pequeño detalle: hasta las personas más virtuosas a veces se sienten solas.
Fue cuando estaba recuperando mi seguridad que vos me pateaste. Cuando comenzaba a sentir que tenía amigos, que era feliz. Fue en mi salir a flote, salir a pelear una vez más, cuando me venciste, me debilitaste, me intimidaste y me hiciste caer abajo, bien abajo. Es por esto que sigo afirmando que odio y odié mis 12 años. Esa edad, de alguna forma, hurtó algo imprescindible en mi persona: la seguridad en uno mismo. A veces, un rayo de sol se colaba por entre las nubes y me hacía sentir, por momentos, como si todo estuviera bien. Pero eso no me sirvió jamás para nada, pues mi estabilidad emocional pendía sólo de un hilo. Y terminó colapsando.
Recuerdo bien una de las más oscuras etapas de mi vida. Días en los cuales me la pasaba llorando. Habrán quienes me juzguen y me llamen una descarada; no me importa. Juro que me encuentro en condiciones de afirmar que viví la depresión piel a piel, cara a cara, frente a frente. Hubo una tarde en la cual incluso busqué por la web diversas maneras de suicidarme. Sé que suena sicótico, y tal vez esté cometiendo un gran error exponiéndome de esta forma, mostrando una faceta tan íntima de mi pasado. Sea como sea, en la internet habían individuos (tal vez más dementes que yo) que se dedicaban a subir posts con ideas y mecanismos para llevar a cabo un suicidio. Ninguna me complació del todo. Pero otra vez, mi fe de errata no me permitió vislumbrar una mítica verdad: estar muerto en verdad no soluciona nada.

El masoquismo, a través de trampas y acertijos, de repente se apoderó de mi. Me tendió lazos de amistad que luego se tornaron siniestros. Me obligó a transitar por profundos y oscuros túneles que lo componen. Y me reía por dentro de mi ser, de una manera estrepitosa cuando me decían "Parecés una emo!" En lugar de tenderme una mano. Una mano salvadora. Una ayuda. Un empujón capaz de librarme de todos aquellos sufrimientos los cuales padecía. Que me ayude a deshacerme porfin de todo el dolor, tal vez, provocado por mí misma.
No creo que los responsables de este acto tengan en cuenta jamás las prominentes dimensiones de la herida emocional que dejaron en mi forma de ver y palpar las cosas. No creo que tengan en cuenta nunca la gravedad de lo que hicieron. Tenderle atrimañas a un ser humano para sentirse superior. Eso sí que es malévolo, despiadado. No me vean así, tan negativa no soy. Creo en verdad que toda aquella experiencia me hizo más bondadosa, más piadosa con los demás. Todos aquellos años de tortura me sirvieron para tenderle mi mano al que esta mal, para no rechazar nunca a nadie, para ponerlos a los otros delante mío cuando debo hacerlo; para tener más compasión por quienes me rodean.
La gente lo sigue haciendo, sigue encontrando la diversión en desacreditar lo que digo esté en lo correcto o no. Las secuelas que me dejó son graves en todo sentido. Aunque debo de admitir que he superado la mayoría, aún tengo miedo. Miedo en todo círculo social en que me encuentre; miedo a decir cosas equivocadas, miedo a que se burlen de mí. Miedo a que me tomen de punto: miedo a padecer bullying otra vez.

1 comentario:

  1. Me encanta la sinceridad de este post Sol, creo que es el que más me gusto hasta ahora. Espero que sigas escribiendo así, y no vaciles en publicar demasiado :) te quiero y ansío seguir leyendo!

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