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viernes, 23 de diciembre de 2011

Vísperas de la muerte

Me obligaron a sonreír. Ataron mis comisuras con aguja e hilo a fin de formar el perfecto reflejo de una felicidad que no siento ni poseo. Tuve entonces que pintar una falsa sonrisa en mi rostro, colocarme una máscara en este preciso lugar. Es que hoy he comprobado que parece encontrarse terminantemente prohibido gesticular o exteriorizar malestar emocional, más en épocas tan felices para la sociedad como lo son estas.
Caminaba sigilosamente por la calle, dejando que todo mi peso corporal cayera sobre el pavimento. Mis pisadas quedaban impresas en la húmeda acera y mis bolsillos soportaban el espesor de mis frías manos. Tomé entonces un rol analítico, observando como en anteriores ocasiones, las actitudes que adoptaban los protagonistas y la tan elaborada escenografía de lo que parece una obra montada especialmente para este período del año. Una infinita gama de colores inunda la ciudad pregonando una dicha que bien sabemos es inexistente. Luces por doquier, decorados pensados para la impresión ajena, adornos especialmente confeccionados para la fecha. La gente parece querer llevarme por delante, llevando consigo un arsenal de bolsas de diversos comercios. Algunos transitan cabizbajos y con aires de preocupación, mientras que otros felices y orgullosos, parecen estar satisfechos de su compra.
Creo yo que estaría de más hacer hincapié en la notoria incomodidad que me produce caminar entre las masas; es probable que pertenezca a una raza diferente, pero he nombrado en reiteradas ocasiones el malestar que siento al mantener cualquier intento de sociabilizar o mantener contacto con los de mi especie. Por esto es que preferí ignorar o simular no ver a la innumerable cantidad de humanos que abarrotaban hoy las avenidas.
No me molesta en lo más mínimo ser esta especie de grinch adolescente a la cual las navidades no generan emoción alguna. Sinceramente no comprendo qué están celebrando. Somos unos estúpidos alegres que complacemos los deseos del enorme comercio de estos meses del año. Sólo pienso lo bien que la pasarán los que obtienen un bien real de esto, aquellos que adquieren provecho propio y dinero de toda esta situación de orgasmo colectivo. Creo que son los únicos que de verdad tienen los motivos suficientes para celebrar algo.
En lo que a mí respecta, no tengo nada que festejar. El fundamento por el cual asistiré a la reunión familiar es para no hundirme el resto de la noche en mi dolor. Detesto los días que van del 23 al 26 de cada mes. Noches de verano como estas, me recuerdan que tu cuerpo existe aún, oculto algunos metros bajo tierra. Echándose a perder y rebalsando de soledad. Una soledad que poseen sólo los que han dejado súbitamente de existir. La soledad de los muertos. Aún continúo con mi duelo y el luto me persigue donde quiera que vaya. Y continúo profanando tus fotos y videos en redes sociales, o sin ir más lejos, en esta página web.

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