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sábado, 3 de marzo de 2012

El mesías, la mejor mentira jamás contada.


En el medio de esa poco discreta vereda, asqueroso espacio público. Dos figuras bajo los tétricos y precarios reflectores humanos, prueba fija y fácilmente palpable de que el amor existe aún apesar de el inminente avanze de la modernidad. Tu suave y hechizante aliento, bendita respiración que recorría lentamente cada célula epitelial de mi cuello. Mi pensar se nublaba súbitamente, ocupabas mi capacidad de reacción. Me obnubilaste con viles cortesías físicas, me convertiste nuevamente presa de tus mentiras, ingenua e incondicial esclava a nuestras pasiones.
Tus extremidades acariciaban mi torso con ternura y delicadeza, pausadamente y sin apuro. Manos. Dos cálidas, casi maternales extensiones corporales y sus destrezas al rozarme bastaron para quebrantar mi ser. Sometida a tus caprichos, resginándome a conformar la parte más vulnerable de la relación, depositando mi templanza en tus manos.
La seguridad de que mi obscuro pasado no se daría a conocer durante las horas que pasara a tu lado, me mantenían más serena y conforme que nunca. Ni un signo de miedo, ni un presagio de angustia o dolor se cruzaba por mi pensar al contar con tu entrega. Confié ciegamente, anulé mis sentidos una vez más y descarté la vana posibilidad de que todos mis mecanismos de defensa en el futuro respondieran por mí.
__Estás perfecta. __Esos ojos no mentían. Reconfortados en sus inocentes ansias de amar, no cesabas en reprimirlos. Destilaban frenéticos aullidos, impacientes por cumplir su cometido.
__¿Qué? __Incrédula, no contuve una descreída expresión.
__Vos. Toda.
Les daré a elegir, tenienedo en cuenta lo patética de mi situación, entre dos analíticamente factibles estados de supervivencia; ¿Es preferible manterse con vida en base a una perfecta mentira? ¿O acabar consumiéndose en medio de la despiadada y ardiente verdad?
Nuestra conexión fue superma, pero la credulidad es definitivamente cosa de tarados.

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